Pandemia planetaria-La vida florece en la muerte

 Este momento de pandemia planetaria y de gran crisis sanitaria y económica, significa un grito de la Tierra para que despertemos, reflexionemos y nos planteemos nuevos caminos. Quiero invitarte a que me sigas en este viaje interior y te imagines que estás en lo alto de la montaña. Desde allí tienes una panorámica con dos visiones contrapuestas. Por un lado un desierto muy árido y por otra, a lo lejos una ciudad moderna con sus luces de neón y sus brillos: ¿Cuál es la diferencia entre una y otra? ¿Cuál es mejor o peor?

 La mayoría de los seres humanos elegiría la imagen de las luces de neón y sus brillos como la mejor y la del desierto como la peor. Un gran número de personas habita en ciudades bulliciosas creyendo que allí tienen todo lo que necesitan y que es el único mundo que hay. Viven inmersos en su círculo más inmediato,  que es el material y cotidiano, ya que  no conocen otro medio de vida.

Ese llano desértico es el contrapunto a ese círculo que  muestra que existen otros modos.  Pero esto requiere iniciar un camino que consiste en subir a esta montaña y adentrarse en lo desconocido. Pero ese es el proceso al que la mayoría se resisten a entrar.

Estamos acomodados en nuestro ambiente diario y sus rutinas. Es preciso que despertemos para que subamos a la montaña de la incertidumbre y podamos encontrar el equilibrio con otra vida. Así podremos empezar a preguntarnos: ¿Y si esto no es real? ¿Y si esto no es lo único? ¿Y si me echo a caminar para ver qué encuentro en la montaña?

Esta es precisamente la semilla que se está sembrando ahora en estos tiempos de pandemia de coronavirus. Una realidad acuciante que ha  puesto patas arriba al sistema sanitario y económico del planeta con el fin de dar la oportunidad de conocer otras alternativas.

 Para ello necesitaremos caminar por el desierto de la duda, el desaliento y la sed de conocimientos. Pero también frenar el ansia de controlar el destino y el no saber qué hay más allá del horizonte. En la ciudad sabemos lo que hay detrás de cada edificio, pero aquí ignoramos qué nos vamos a encontrar, estamos a merced de la vida, no de nuestra mente y sus vanas especulaciones.

Las preguntas que se están sembrando en estos momentos en todo el planeta van en la línea de recuperar el equilibrio de la vida. Aquel que decida subir a la montaña, aunque sea desde la curiosidad, encontrará las huellas de otros, que ya han pasado por ahí y han dejado su señal en la tierra. No es casualidad que se haya dado permiso para pasear a los animales porque son los que permiten la conexión total con el hilo invisible y el cordón por el cual estamos todos unidos. Entonces nos sentaremos en la montaña y los esperaremos para acompañarlos en el camino.

Ante la pregunta ¿Cuál es el sentido de la muerte de tantas personas mayores por la infección del coronavirus? esta es la respuesta:

Es un sacrificio humano por el bien de la humanidad para que esta nueva semilla brote en los corazones de los que quedan y de las personas más incrédulas y escépticas. El sentido es que reaccionen y comprendan que la vida continúa a  pesar de la muerte.

 Es necesario que acepten la vida como viene,  que ésta no se puede controlar y que no depende de ellos. Es un sacrificio común y una entrega generosa, que estas personas previamente, ya han pactado con su alma. Observamos como abundan muchos corazones tristes y enrabietados por no ver algo de luz en todo esto que está sucediendo.

  Todo lo que ocurre es para que podamos vislumbrar la esperanza más allá de la propia individualidad o el propio momento que vive cada uno y  comprendamos que la esperanza es en la humanidad. Precisamente para quitar esa confusión y esa sombra oscura de la mente de nuestros corazones abatidos y enfadados. Se trata de que puedan ver un futuro y un más allá.

 Estas personas  mayores sienten que ya han vivido una vida, fuera como fuera, ya no les queda tiempo. Sin embargo,  la otra parte más joven que permanece aquí,  sí tiene tiempo y para ellos está destinado esta semilla. La principal lección no va dirigida a los mayores, sino a los que quedan aquí.

El ser humano ni siquiera se ha parado a pensar porqué pintan al coronavirus de verde. Ellos creen que controlan, pero el inconsciente es el que está trabajando para la humanidad completa. Así está acordado y cada cual hace su papel.

En la muerte la vida florece en todas esas personas que se están marchando y en el resto que quedan aquí, que siguen trabajando al servicio de la existencia.  La vida fluye en cada uno de los que se van, una existencia que ya estaba apagada y sin luz. Por eso se revuelve todo con el objeto de que la muerte realice su trabajo. La semilla de todos ellos seguirá creciendo después de esta vida.

 Es un proceso de restauración de la dignidad de la compañera muerte con el fin de que la tratemos con el mismo respeto, que aquellos que  nacen y llegan al planeta. De esa manera la alegría de la muerte, que algunos necesitaban podrá florecer en algunas personas que tenían un exceso de apego.

Estos seres que se van lo hacen con la alegría de florecer. No se han  ido tan tristes y solos como la mayoría piensa. Cada uno de ellos ha partido acompañado por los que estamos aquí, tanto ancestros como maestros que trabajan al servicio de la evolución de la vida. Pero esta realidad paralela es un hecho que tristemente la generalidad ignora. Ninguno se ha ido solo, únicamente aquel que lo necesitaba por su camino y proceso.

Cobra mayor importancia los que se van porque serán el futuro que volverá para ayudar a los que aquí quedaron. Si existe la palabra héroes ese honor será para ellos. Son lo que se han sacrificado para que la juventud y la vida tengan un camino de esperanza, principalmente para esas personas que tienen el desaliento y la derrota pegado en sus frentes. Son ellas las que requieren despertar, dejar de identificarse con la palabra prisa y aceleración con el fin de que los conceptos de apego y desapego tengan su real sentido.

Apego quiere decir no soltar a mis padres, aunque estén muertos hace mucho tiempo o estén a kilómetros de distancia. Significa también no soltar a los amigos, sin importar que estén en la otra parte del mundo. Apego a la añoranza continua cuando alguien se levanta por la mañana y lo primero es acordarse de esa persona  y pretender que esté a su lado, da igual que esté muerta.

Este anhelo desvirtúa y tiñe de negro los movimientos de la vida cotidiana. Como consecuencia determina que el día a día quede marcado con una nube oscura y una nostalgia morbosa.  No puede ver el sol porque todo está oscurecido.

Mientras no  se adentren en su propio desapego no podrán contemplar en profundidad a esos familiares o amigos. Solamente a partir de ahí comenzarán a entender que, aunque vivan en la casa de al lado, en el pueblo cercano o en la propia casa, es un individuo al que hay que respetar su espacio personal. Será  entonces cuando podrán percibir que la distancia no está exenta de amor, sea desde la cercanía o la lejanía.

 Esto implicará que ya no tendrán que levantarse pensando si van a ver o abrazar a ese ser querido. El propósito es plantearse qué puedo hacer hoy, independientemente de lo que haga el otro, sabiendo que también tiene su propia ruta. Y si por casualidad nos juntamos, pues simplemente lo disfrutaremos. Y al día siguiente nos levantaremos con una luz diferente, porque cada uno estará en lo suyo con todo el respeto del mundo.

En la medida que cada uno vayamos aceptando que tenemos nuestro propio camino y que de vez en cuando, nos podemos juntar y tropezar con otros, será cuando la muerte florezca, porque ella también es una flor más. Entonces podremos vivenciar la relación con ella como una herman@ y un@ más de nosotr@s para poder disfrutar y gozar del misterio de su presencia. Estas son las semillas que se siembran en este instante en la Tierra. Es un gran salto cuántico muy importante para el aprendizaje de la aceptación de la muerte.

La hermana muerte está contenta por estas semillas que se están plantando. Aunque de forma lenta están calando en profundidad en algunas personas.  Ahora mismo la muerte es como una madre gallina que echa a sus hijos a andar para que se separen de ella, sin olvidar de donde vienen y tengan cada uno su propio destino. A la muerte también le gusta jugar. Pero todavía no ha encontrado el espacio suficiente para hacerlo porque no estamos preparados. Pero ella sabrá esperar y mientras tanto,  se divierte observando como jugamos nosotros a eso que llamamos muerte.

Existen muchas personas que, ya sea a través de la velocidad de un coche o participando en deportes de riesgo, creen estar jugando con la muerte y arriesgando su existencia. Pero en realidad sólo están jugando con su ego. El juego auténtico con la muerte lo hacen, entre otros, algunos investigadores de la conciencia y determinados científicos vocacionales, que quieren ir más allá, no con su muerte en sí, sino con la muerte con mayúsculas y lo que hay detrás de ella. Esos sí que son los verdaderos amigos de la muerte y que de verdad la respetan.

Pero esos que se tiran de los balcones como si fuera un reto divertido, únicamente juegan con la vida y no con la muerte. La verdad es que hay muy pocos que quieran jugar con la hermana muerte y busquen honestamente mirarla de frente. Aquel que superficialmente osa llamarla amiga sin mirarla a la cara, es su ego quien habla. Desconoce cuáles son sus colores, tamaños, aristas y formas. Sólo lo dice para quedar bien en su mundo.

Los que están investigando la muerte y tienen el valor de observarla cara a cara, que se atreven a conocer las tonalidades y colores que contiene,  cuál es la materia y la densidad de la que está compuesta, esos sí pueden llamarse amigos. Los que la exploran grano a grano en todos los detalles pequeños y tienen la humildad para decir: “Yo no podré vencerte, pero sí llegar a conocerte, en mayor o menor medida”.

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